Me había puesto el despertador a las 4:25 horas antes de irme a la cama. Duermo mal durante toda la noche. Miro mi reloj. La 1:50 horas. Demasiado temprano para levantarse.
Escucho al peque. “¡Papá!” Me levanto, lo cojo y lo pongo en nuestra cama. Sigo durmiendo con medio ojo abierto. Veo que mi mujer tiene el móvil en la mano. “¿Qué hora es?” “Las 5:26”.
Doy un salto de la cama. Me visto. A las 5:32 horas salgo. A las 6:10 horas cierra la puerta para mi vuelo. Estoy sentado en el avión escribiendo estas líneas así que de forma resumida la cosa salió bien al final.
Confié en mi móvil. El despertador no sonó porque se actualizó el software durante la noche y algo salió mal. Hubiera sido muy fácil poner también el móvil de mi mujer.
A veces no confiar es un buen plan sobre todo cuando hay consecuencias. Perder un vuelo al final se supera aunque sinceramente en mi caso hubiese sido un pequeño desastre.
No confiar en terceros o la tecnología es importante sobre todo si la tarea lo es. Son mini-lecciones que te da y recuerda la vida. Esta vez tuve suerte, la próxima vez igual no tanta.
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